Encontrar la Paz

A veces subestimamos la reconfortante fuerza de gravedad, en su adecuada proporción.

Reposar sobre una cama a media noche; permitir que mi cuerpo descanse mientras mi mente se agita en el espacio infinito de mi mente inquieta.

Flotar sobre el agua calma en una piscina mientras el sol acaricia mi rostro en una noche de verano. O levitar en el agua tibia a la luz de la luna en un relajante baño de tina.

Sentir la libertad de los primeros segundos de caída libre, al final de la tarde sobre la playa de Higuerote.

En cada uno de esos momentos, confirmo que la relación de nuestro cuerpo con este mundo es en cierta medida independiente de la relación de nuestra mente con el universo.

La caída libre no siempre es un ejercicio de contemplación que llevará a más saltos llenos de júbilo. Para algunos es el último desahogo antes de reposar eternamente de vuelta a la tierra.

Flotar en aguas tormentosas, a mitad del océano no provee el mismo sentido de relajación que un baño termal nocturno en Islandia.

Recostarse en una cama sin poder conciliar el sueño porque cada neurona de mi cuerpo ordena movimiento pero mi cuerpo no es capaz de atender, es uno de los mayores desesperos.

Querer con todas tus fibras descansar mientras tú miente deambula inquieta e improductiva es una moderada tortura, agotadora e insostenible en el largo plazo.

En ese máximo nivel de inquietud, cierro los ojos esperando verte una vez más, en el oscuro y ansioso espacio de mi memoria, y por fin, tu recuerdo, cálido y protector, que ilumina la intimidad del instantes que compartimos, en los que solo estás tú y solo estoy yo, me concede sosiego. Suspiro.

¡Es ahí donde siempre nos reencontraremos!

Cuando lo necesites tú o lo necesite yo, ahí en el abrazo del silencio infinito, ahí donde nunca nos extrañaremos, y donde siempre podremos encontrar la paz.